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Atrapado en el celuloide- cuento

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Literatura Mínima

Vi a Ema abrir la boca, balancearse de un lado a otro dando pequeños pasos en redondo. Yo la seguía con la vista. Gesticulaba. Me acerqué un poco más a su cara congestionada,  pero nada,  no le pude oir. Ella parecía vociferar, y daba manotazos en el aire tratando seguramente de hacer énfasis en sus palabras. Debía estar molesta por algo de lo que seguramente yo era el culpable. Nuevamente traté de parar oreja, Pero no la escuchaba, no es que no quisiera hacerlo, sino que simplemente no alcanzaba a captar que era lo que decía. De hecho no escuchaba nada, ni el ruido de la calle, los autos y la lluvia que comenzó  a caer del cielo golpeando fuertemente el piso del parque donde nos habíamos citado para hablar. Quise disculparme, decirle que no había sido mi intención tirarla de a loca, de no llamarle más, que en ocasiones cambiamos de opinión… pero de mi boca no salió  ningún ruido, ni siquiera gutural. Volví a formar la excusa en mi cerebro y con la boca bien abierta se lo solté; que me perdonara, que entendiera…. Silencio ¡Que carajos!  Mi boca estaba muda, como si hubiera perdido la voz, o la lengua, quizá alguien me la había arrancado -en tiempos cuando esta práctica es de todos los días. Pero no, sencillamente estaba mudo. Me preocupé y moví la lengua en la cavidad bucal, me tomé el cuello, me vi las manos, a punto del ataque de pánico, di unos pasos al enfrente, otros atrás… me vi los brazos, parecía que había perdido el color, vi en redondo, vi a Ema,  todo era un escenario en blanco y negro.  Quien digo ser yo, resultó  ser otro. Si bien entiendo estoy en una película muda de la que soy el personaje principal; en un parque sin color; en una realidad muda y en blanco y negro; en una trama de amor sordo.

Alberto Roblest