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En torno a la Barbarie

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Mural, Diego Rivera. Fragmento de La intervención

Aquí estamos otra vez frente a la barbarie, la que se escribe con sangre y se protege tras bardas altas y alambres de púas, la que empuña el arma y se regodea del dolor y la tristeza, la que amenaza y abusa.

La barbarie maldita que no tiene oídos y menos aún sentimientos, la que ensombrece la inteligencia, la razón y la esperanza. La barbarie, esa vieja tonta que disfruta del grito de los animales siendo desollados vivos, y de la felicidad amarrada con  grilletes y cadenas en una cárcel clandestina.

La barbarie, la que nació en el mismo momento que la estupidez y el crimen. La barbarie, la madre de la guerra, la codicia y la incultura. La que actúa en la noche, la que ataca por la espalda, la que tortura con clavos y objetos punzocortantes. La que apuesta por la muerte, la irracionalidad,  pero también el billete, el oro sucio y los diamantes; dado que la barbarie, no sólo es el cavernícola con su gran macana echando baba por la boca, o el irracional idiota de la Edad Media matando indígenas en América, o el guardia vicioso en los campos de concentración entreteniéndose con sus víctimas. La barbarie, también se viste de Gucci, huele bien y dice creer en Dios mientras manda a sus esbirros -igual de bien vestidos-, a dejar sin agua países enteros,  sin futuro o esperanza a generaciones de miles de gentes, y animales y especies naturales. La que florece en el lodo, en las lágrimas de cientos de personas, en los gritos aterrorizados de las mujeres, de los niños y de los viejos. La que cree que un banco con sus cajas fuertes vale más que el aire que respiramos, la tierra que nos da la vida y que el valor de la existencia se mide en fajos de billetes, especulación y abuso del poder.

La barbarie no ama, satisface sus instintos más básicos y después denigra. La barbarie no construye, sino destruye para regodearse de esa oportunidad. La barbarie no visita museos, sino se pasea con toda su idiotez sobre un carrito en un campo de golf que antes fue un bosque prístino. La barbarie acecha en la noche y no es sólo quien ataca al pobre trabajador con un cuchillo para robarle, sino también quien mira desde el veinteavo piso de un rascacielos su emporio sostenido por las lágrimas de sus víctimas, y está orgulloso de sus transas.

La barbarie no escucha, no aprende, no entiende razones, no perdona y no sabe. Pues al ser cerrada a la verdad, es arrogante y altanera. La que cuando abre un libro ve manchas y cuando observa un cuadro piensa en cuanto vale.

Grabado anonimo, S. XVII

La maldita barbarie otra vez como una sombra, como un zopilote, una rata rabiosa, un payaso decrépito con nuevo maquillaje… lo peor de nosotros, el lado oscuro de la existencia, el mal perse. La barbarie que nunca aprendió a hablar pero lanza chillidos de bestia. La que apuesta por el caos, el fin de la historia, los cuchillos largos, la desesperanza, la traición, la podredumbre, la obscenidad.

Aquí estamos otra vez, como en el principio de los tiempos, pues la lucha de esta humanidad ha sido y parece ser hasta el fin de nuestros días sobre este planeta, la batalla contra la barbarie y la estupidez y la cerrazón.

Ahora bien.

Contra la barbarie la inteligencia, la cultura, la amistad, el amor, los sueños y los valores positivos del espíritu. Opongámonos a la barbarie desde lo más profundo de nuestra alma, pues la barbarie no es sino violencia, dolor y tristeza. Muerte, engaño, podredumbre humana. Desde nuestras diferentes trincheras no permitamos que nos dañe y nos convierta a todos en una partida de miserables. A lo largo de los siglos la lucha no ha sido fácil y no lo será ahora. No permitamos que la Barbarie nos devore y nos saque los ojos, ese sería nuestro error más grande.

Alberto Roblest