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Y no se lo trago la tierra-reseña

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“Y no se lo trago la tierra”  pareciera ser un texto escrito ayer, dado que las condiciones de los jornaleros o personas que trabajan en el campo no ha cambiado mucho. Explotación, racismo, indiferencia, falta de respeto y trabajo duro, están presentes en este libro que narra las peripecias de este niño y su familia que van viajando tras las cosechas en el estado de Texas.

Escrito por uno de los pilares de la literatura Chicana, el maestro Tomás Rivera (1935-1984) “Y no se lo trago la tierra” es un libro clave para entender la vida de los campesinos de este país. El autor que vivió su infancia como farmworker y llegó a ser un profesor de la Universidad de Texas -donde desarrolló una importante labor como promotor cultural- nos adentra en este mundo difícil pero a la vez mágico de los hombres que levantan los frutos de la tierra con sus manos.

“Y no se lo tragó la Tierra” es un libro que nos ilustra la vida de paso, las preocupaciones de estos seres anónimos que van de campo en campo y de pueblo en pueblo haciendo vida. En este libro somos testigos de sus deseos, sus miedos y su acontecer diario que inicia muy temprano, a veces antes de que salga el sol.

El autor nos lleva por la Odisea de los trabajadores migratorios que viven entre dos idiomas, dos culturas, entre los deseos y la realidad. Pero también entre los sueños y las frustraciones, entre el miedo y las aspiraciones, entre el dolor y la incertidumbre, entre las enfermedades y la falta de seguro médico. Pobreza, racismo, desengaño frustración e impotencia ante el abuso, son factores predominantes en este texto con sabor a tierra regada por la lluvia.

A través de los ojos de este niño, somos testigos de todo esto, pero también del gusto por la vida y de las pequeños momentos que ofrece la existencia a pesar de todo; de cosas  grandiosas como la unidad familiar; los recuerdos por lo que se ha dejado atrás pero que aún está ahí como el primer día; la alegría palpando la vida que se levanta y florece en los campos.

Con reminiscencias al escritor norteamericano John Steinbeck, este texto resalta la importancia de la comunidad y el idioma como el centro de la vida y de la sobrevivencia, a pesar de todo, incluso los sueldos baratos y las condiciones deplorables. Cotidianidad, comunidad y familia, todo en una relación simbiótica entre la existencia y el devenir.

Las aspiraciones de este niño que lucha con todo lo que tiene, para no ser tragado por su destino, que es el de ser un campesino y hace todo lo posible dentro de sus posibilidades claro, ahora sí que para que no se lo trague la Tierra, “qué es lo que pasa cuando te mueres o cuando el diablo te devora con su mezquindad y su arrogancia”.

En su edición bilingüe, este texto aparecido por primera vez en 1966 y republicado por Arte Público Press en varias ocasiones, nos ilustra la vida diaria de los campesinos y el deseo por la superación en un terreno poco fértil para ellos. ¿No es acaso la superación la más grande motivación de la vida y de la existencia? ¿Por qué se valora tan poco el trabajo que hacen estas personas que levantan los frutos de la tierra, la comida, la esencia misma de la vida?, parecen preguntarse todos los personajes de Tomás Rivera en esta novela que también podría ser catalogada como de una colección de cuentos, unidos todos en una gran historia: la vida de los trabajadores migratorios que van avanzando conforme los campos y los frutos de estos van creciendo para ser levantados y comidos.

El niño de Rivera que es a la vez muchos niños, se enfrenta a dos universos diferentes, en dos idiomas, siempre sorteando los castigos de las autoridades escolares, y de los otros que quieren abusar de él por el color de su piel, de su humilde vestimenta, de su falta de cosas materiales que lucir.

“-Fíjate, viejo, que los niños quieren algo para Crismes.

-¿Y luego las naranjas y las nueces que les traigo?

-Pos sí, pero ellos quieren juguetes. Ya no se conforman con comida. Es que ya están grandes y ven cosas.”

Este niño de mirada lánguida que sobrevive en este ámbito poco amable y es tratado como un extranjero, como un personaje cualquiera que viene y va y que a nadie importa. Un niño sabio que sabe de las preocupaciones del campo pues lo escucha, lo ve, lo huele.

  Y no se lo tragó la Tierra (…And the earth did not devour him). Tomás Rivera. Arte Público Press, Houston Texas, 2015.

Alberto Roblest