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Art: “Fordlandia” exhibition skewers the automaker’s doomed Amazon utopia

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What remains of Fordlandia’s American Hospital. Photo courtesy of the artist and A.M.A.

(Leer abajo en español)

At the turn of the century, rubber was a hot commodity, demand largely fueled by the U.S. automotive industry. It led to a boom in new rubber plantations in places such as Burma and Sri Lanka. Henry Ford, renown at the time for his automobiles, decided to cash in on the commodities craze. But he was determined to do it his way—building a plantation town that would not only bear his name but would further his vision to move beyond factory production lines and change humanity as a whole.

In 1927, he bought up a piece of the Amazon rainforest roughly the size of Connecticut—about 2.5 million acres—and set fire to 7,000 acres of it. His workers bulldozed it and then built a rubber tree plantation and a town that could house 30,000 people.

But Fordlandia, as it was called, was doomed from the start, according to artist Dan Dubowitz, an architect by training who now specializes in abandoned spaces. Dubowitz, whose exhibition about the failed Ford city is currently on display at Art Museum of the Americas, discussed the ill-fated industrial-style farming experiment in a talk earlier this month at the F St. NW museum.

For Dubowitz, the Fordlandia exhibition is the beginning of a larger project analyzing attempts of man to transcend his station. The project, which he has dubbed “Megalomania,” analyzes what these grandiose failures reveal about “the psyche of modern society.”

In the case of Fordlandia, nature apparently rejected Ford’s assembly line approach. Rubber trees grow naturally in Brazil but are always spaced a kilometer and a half apart, Dubowitz explained. That made for very inefficient farming, since the trees’ owners had to spend long hours daily, from about 5 a.m. to 1 p.m., collecting rubber from their far-flung trees. Looking to introduce his signature style of U.S. mass production, Ford planted his rubber trees six inches apart. But since he’d burned down the rainforest, there was no topsoil left and what remained had few nutrients. He also overlooked another key reason rubber trees were traditionally spaced far apart: It decreases the risk of caterpillars and leaf blights from destroying them. With Ford’s trees so close together, a single infection could wipe out dozens of trees at once.

Ford’s regimented approach extended beyond Fordlandia’s orderly fields. Ford kept everything about Fordlandia on the straight and narrow, according to Dubowitz. There was no religion, no alcohol, no promiscuous sex, or gambling allowed. This, of course, led to “party boats” permanently stationed just off Fordlandia’s shores, where the workers could go to engage in the R&R prohibited at their worksite. Ford also meticulously controlled the lifestyle of Fordlandia. Workers slept in hammocks in overheated tin sheds and clocked 8 hours a day from 9 a.m. to 5 p.m., as is the “American Way,” so to speak, completely ignoring the cultural differences between the Northern and Southern hemispheres, and the fact that it gets too hot during the day to work such hours.

The hours and conditions weren’t the only ways Ford alienated his workers. He also demanded everyone be vaccinated against the viruses that spread as a result of the deforestation. They also suffered from exposure to chemicals used on the plantation. And while a majority of the workers were Brazilian, some laborers were brought in from Barbados, a clash of cultures that led to rising tensions and eventually riots.

Ford abandoned the project in the 1930s, but it turns out that Fordlandia was only one of many attempts he made to transcend from a mere creator of machines to architect of a fundamentally new way for people to live.  An audience member at last week’s talk remarked that Ford had done something similar with his River Rouge factory in Dearborn, Michigan from 1912 to 1926.

In the early 1900s, Ford produced a campaign with the slogan of “Building Men As Well As Motors”. The intended scope of such a project is evident in the extensive planning that went into Fordlandia, regardless of its failure.

Although the project has gone down in history as a spectacular debacle for Ford, Fordlandia itself has surprisingly survived. Today the area itself is thriving both in terms of flora and inhabitants. Dubowitz posed the question, “If Fordlandia was a failure, why are people still living there?” The answer, he said, is because it’s rent-free. Though it’s located in a still fairly isolated part of the country, there are plenty of uninhabited, sparsely furnished houses free for the taking. As a result, nearly 2,000 people live there today.

Fordlandia will be on display in the F Street Gallery of the Art Museum of the Americas until May 1st.

CORRECTION: The Gallery hours are Tues. to Sun. from 10 a.m. to 5 p.m. By appointment only, Mon-Fri from 9am to 5pm- Please call 202-370-0151.


 

Al cambio del siglo, el caucho era una necesidad, una demanda impulsada por la industria automotriz estadounidense, la cual llevó a un boom de nueva plantaciones de caucho en lugares como Birmania y Sri Lanka. Henry Ford, reconocido por sus automóviles, decidió aprovecharse del mercado floreciente. Sin embargo, Ford estaba determinado en hacerlo a su manera, con una plantación y un pueblo en su nombre que promoviera su visión de trascender más allá de fábricas y cadenas de producción para cambiar la humanidad en su conjunto.

En 1927, Ford compró una pieza de tierra del bosque amazónico, más o menos el tamaño del Connecticut, algunos 2,5 millones de acres, e incendió siete mil acres de árboles. Después sus trabajadores lo derribaron y construyeron una plantación de gomeros y un pueblo para soportar treinta mil personas.

Fordlandia1Según Dan Dubowitz, un arquitecto de formación que ahora se especializa en los espacios abandonados, Fordlandia, como se llamaba el proyecto, era condenado al fracaso desde su inicio. Dubowitz, cuya exhibición sobre el pueblo fracasado se presenta actualmente en el museo de las Américas, discutió el experimento malogrado el 11 de marzo en la galería ubicada por F St. NW. Para Dubowitz, la exhibición de Fordlandia es sólo el comienzo de un proyecto más grande que analiza los intentos de los seres humanos de superar su rol. El proyecto, que se llama “Megalomanía”, pormenoriza lo que esos grandes fracasos revelan sobre “la mente colectiva de la sociedad moderna”.

En el caso de Fordlandia, la naturaleza en sí misma rechazó la llegada de Ford y su proyecto. Los gomeros crecen naturalmente en Brasil pero siempre son espaciados por un kilómetro y medio, explicó Dubowitz. Esto es una manera ineficaz de agricultura, dado que los dueños tienen  que pasar largas horas recolectando el caucho de los árboles, desde las cinco de la mañana hasta la una. Con ganas de introducir el método de producción en masa, Ford plantó sus árboles sólo con un espacio de seis pulgadas entre cada uno. Sin embargo, puesto que había incendiado el bosque, no hubo una capa superior del suelo y por eso, no hubo nutrientes. Además pasó por alto la otra razón por el espacio específico; más espacio disminuye la amenaza de infestaciones de orugas o plagas de hoja, que pueden destruir completamente un árbol. Con sus árboles tan cercanos, una sola infección podría destruir una docena de árboles en un instante.

El régimen estricto y la eficacia se extendían más allá de la plantación. Todo de todo, en Fordlandia era por “el buen camino”, según Dubowitz. No se permitía religión, ni alcohol, ni sexo, ni apuestas. Por cierto, las restricciones dieron lugar a “barcos de fiesta” que estaban anclados en el litoral permanentemente, donde los trabajadores podían escapar para empeñarse en las actividades prohibidas. Además, Ford controló el estilo de vida en Fordlandia a nivel meticuloso. Los trabajadores dormían en hamacas dentro de cobertizos recalentados de hojalata, y fichaban por lo menos ocho horas cada día, de las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde – como el “estilo americano” digamos – una práctica que ignoraba completamente las diferencias culturales entre los hemisferios y el hecho de que hace demasiado calor durante el día para trabajar tan duro.

Las horas y las condiciones de vida, no eran las únicas maneras en lo que Ford alineaba a sus trabajadores. Demandó que todo el mundo fuera inmunizado contra los virus que se propagaban como resultado de la deforestación. Los trabajadores también sufrían de exposición a los productos químicos. Además, aunque la mayoría de los trabajadores eran brasileños, y traídos de Barbados, el choque cultural dio lugar a tensiones y eventualmente a revueltas.

Ford abandonó el proyecto en los años 30s, pero resulta que Fordlandia era sólo uno de los varios intentos de cambiar fundamentalmente la manera en lo que la gente vivía. Un participante en la discusión, observó que Ford hizo algo similar a Fordlandia, en la fábrica de River Rouge en Dearborn, Michigan desde 1912 hasta 1926.

En aquellos años se decía que “Henry Ford no sólo estaba en la industria de construir máquinas y coches, sino en la industria de construir hombres.” Aunque eso no tuvo éxito en Brasil, Fordlandia en sí ha sobrevivido. Hoy en día, el área próspera en términos de flora y habitantes. “Si Fordlandia como proyecto era un fracaso, ¿por qué ya la gente vive allá?” La respuesta de Dubowitz fue “porque el área tiene alquiler gratis, mejor dicho, no hay un precio de alquiler. Y aunque el sitio es un poco aislado, hay bastantes casas gratis. Por eso, casi dos mil personas viven ahí”.

La exhibición de Fordlandia se presenta en la galería de F Street del Museo de las Américas – dentro de la Organización de los Estados Americanas hasta el 1 de mayo. Las horas de la galería son de las 10 de la mañana a las 5 de la tarde, de martes a domingo. By appointment only, Mon-Fri from 9am to 5pm- Please call 202-370-0151.


—Airica Thomas